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Catedral

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catedral. Sustantivo femenino. Una de las creaciones humanas que mejor plasma el deseo de alcanzar la gloria, el vínculo con Dios y la cima del orden espiritual es la catedral, edificación que tiene su antecedente en las primeras basílicas cristianas.

Así como los monasterios comenzaron a edificarse en el periodo románico —aunque hasta el siglo xvii se construyeron grandes catedrales románicas—, las catedrales se erigieron como amas y señoras del estilo gótico.

La palabra catedral proviene del latín cathedra, y éste, del griego καθέδρα, «asiento», y se refiere a la silla del obispo o del arzobispo. En su origen, el término se empleó como adjetivo de la expresión iglesia catedral, para denominar al templo como sede de la diócesis; es decir, del sitio donde el obispo tiene su cátedra —o su asiento— y esta voz, a su vez, derivó en cadera, la parte del cuerpo donde nos sentamos. De ahí que el catedrático sea quien ocupe el lugar principal ante sus alumnos.

En el mundo occidental, la grafía del vocablo catedral cambia poco, pues en francés se escribe cathédrale, en inglés y en portugués es cathedral, en alemán kathedrale y en italiano cattedrale. La primera iglesia que fue distinguida con el nombre de catedral fue la de San Marcos, en Venecia, en el siglo ix.

La catedral adopta la forma propia de la basílica romana, inspirada en la cruz cristiana: una nave central y dos naves laterales que forman los brazos de la cruz y el ábside, que es donde se aloja el coro. Algunas de las catedrales famosas del estilo románico son Santiago de Compostela y Salamanca, en España; Pisa, en Italia, y Worms, en Alemania. Entre las más renombradas de estilo gótico están Chartres y Reims, en Francia; Milán y Florencia en Italia; York y Durham, en Inglaterra, y Toledo, Burgos, León y Sevilla, en España. En México podemos admirar —entre otras joyas de la arquitectura religiosa— la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, que reúne varios estilos del barroco al neoclásico.

La que quizá es la catedral más célebre tiene su asiento en París donde, en 1163, el obispo Maurice de Sully puso la primera piedra de Notre Dame y echó a andar un sinfín de episodios ficticios y reales. Entre los primeros está la novela de Víctor Hugo, Nuestra Señora de París, en la que el jorobado Quasimodo cumple su destino trágico abrazado no sólo al cuerpo inerte de la gitana Esmeralda, sino también a la imagen de la catedral. Hay un hecho que enlaza esa catedral con la historia de México: el 11 de febrero de 1931, una célebre mujer mexicana —escritora y promotora cultural— ingresó a Notre Dame al mediodía y, de rodillas frente a la imagen de Cristo, sacó una pistola de su bolsa y se disparó en el corazón. María Antonieta Rivas Mercado hizo que en ese templo legendario la tragedia y el arte se fundieran por un instante.

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Alfredo Orozco Sosa nació a siete calles de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México. De niño, más que dedicado a leer, pasaba las tardes admirando las ilustraciones de los cuentos de Andersen que encontró en unos librotes de la antigua Biblioteca Nacional. Quizá por eso decidió estudiar letras hispánicas en la unam.


Nahuatlismos polémicos

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Para todos los que alguna vez se han dado un putazo, para los que se hacen guajes, para quienes se han agarrado del chongo, para aquellos a quienes les gusta el arroz con popote y traen el nopal pintado en la frente. Aquí les dejamos un análisis de algunos nahuatlismos polémicos vigentes en el español de México. 1 Con información extraída de los libros: Diccionario del náhuatl en el español de México, México: unam, 2007, y Análisis de nahuatlismos polémicos, México: Conaculta-inaH, 2010.

En el México virreinal, la lengua general más utilizada, por la importancia política del pueblo que la hablaba, fue el náhuatl. Como resultado de esa época de mezcla e intercambio, hoy el español mexicano contiene más de dos mil nahuatlismos, mil toponimias y más de 480 frases y refranes derivados de voces de origen náhuatl.

A pesar de ello, su persistencia en nuestro idioma no ha sido fácil de reconocer, no tanto por razones lingüísticas, sino porque su valor histórico ha cambiado según los intereses sociales, históricos o filológicos de investigadores o hablantes, cuyas interpretaciones a menudo se ven influidas por el exceso de imaginación, el racismo o el nacionalismo. 2 Por ejemplo, en el siglo XIX, incluso Justo Sierra fue uno de los más violentos contra las lenguas, culturas y tierras de los pueblos indios. Llegó a proponer que sería mejor para el país y para los indios de México que desaparecieran las lenguas indígenas y se impusiera sólo el español. Entre ellos, Joaquín García Icazbalceta, Cecilio Robelo, Pablo González Casanova, Marcos Enrique Becerra, Francisco Javier Santamaría, Luis Cabrera, José Ignacio Dávila Garibi, Juan Manuel Lope Blanch y Miguel León-Portilla.

La persistencia de voces provenientes del náhuatl en el español de México se explica no sólo como un fenómeno lingüístico, sino también cultural; es decir, por su influencia como lengua viva en el español. Desde 1969, el sostenido incremento de la migración indígena y rural a la Ciudad de México explica que, a lo largo de los años, también se haya modificado el habla citadina con la introducción de indigenismos.

No sólo son nahuatlismos aguacate, jitomate, tocayo, escuincle y comal, sino que existen también otras voces más complejas, cuyo origen es aún impreciso y polémico. Sin embargo, gracias a los estudios de numerosos filólogos que se han dedicado a su investigación, han podido develarse conexiones, usos e interpretaciones que han dado nueva luz a su posible etimología. A continuación, enlistamos algunos ejemplos:

apachurrar. Por un lado, el drae considera a esta palabra como resultado del influjo mozárabe, italiano y catalán: de despachurrar, «destripar, abrir la barriga», derivado de pancho, variante de panza. Sin embargo, Guido Gómez de Silva sugiere en su Diccionario breve de mexicanismos que apachurrar proviene del náhuatl pachoa, patzoa, ‘ablandar, apretar, presionar’, en la acepción de «apretar, comprimir o aplastar, sin despedazar». De una voz náhuatl parecida proviene apapachar: de pahpatzoa, ‘ablandar la fruta con los dedos’, o de pachoa, ‘apretar o acercar algo a uno mismo’.

chingar. Una de las etimologías más debatidas ha sido, sin duda, la de este utilísimo y polisémico verbo, del que derivan cientos de voces en nuestra lengua. Aunque Corominas sugiere que tiene origen índico —de chingarar, ‘pelear, reprender’—, son tan abundantes los sentidos, los derivados y todas las acepciones consideradas como propias de América, que los lingüistas han sugerido otra base para explicar mejor su origen.

Según el Diccionario del náhuatl en el español de México, chingar no es ni más ni menos que la verbalización del náhuatl tzinco —cuya pronunciación natural es «chinco»—, que significa «ano». De tzinco surgieron otras voces —entre las cuales se encuentre posiblemente el origen de algunos de los usos del chingar actual:
chinanear, que quiere decir «tener relaciones sexuales», de donde viene la frase «¡No me estés chinaneando!» —o sea «chingando», golpeando o fastidiando el culo; chinana, que se utilizaba para designar un supositorio para la cura de hemorroides; en la zona de Milpa Alta, todavía significa «agarrar a una mujer por el trasero o tener relaciones íntimas con ella», y en Jalisco se trata de una broma de niños que consiste en golpear con violencia el ano con las palmas de las manos unidas; chinacate —de donde posiblemente provenga la palabra naco— nombre otorgado, durante la guerra de Independencia, a la «gente desarrapada» de las guerrillas de liberales.

Conoce más nahuatlismos polémicos en la versión impresa de Algarabía 100.

Cadáver

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Todos hemos escuchado y dicho alguna vez la palabra cadáver; es 
más, convivimos con ella diariamente, la esquivamos, la buscamos, la ignoramos y la utilizamos con más frecuencia de lo que creemos, pero, ¿sabemos qué quiere decir?

Frases como: «Oye, tú, ¿qué te pasó?, pareces cadáver», «Caite cadáver», «En los últimos informes se asegura que aún no se ha identificado el cadáver» o —en literatura— «De ojos grandes y rostro cadavérico», son cuestión de todos los días.

En los periódicos es de lo más común encontrarla, sobre todo en la nota roja y, últimamente, las series de televisión —del tipo csi— o películas —como El cadáver de la novia (2005), de Tim Burton— la invisten de significados más amables, aunque no menos tétricos. Nuestra familiaridad es tal, que sabemos que usarla en un velatorio no es muy «sensible» que digamos, pues ahí no hay «cadáveres», hay «difuntos» o «cuerpos».

Pasemos, pues, a la sustancia, al plato fuerte, a la parte «chimengüenchona» —como diría Beto «El Boticario»—: una teoría afirma que cadáver proviene del proverbio latino Caro da la vérmibus, que quiere decir «carne dada a los gusanos», formando, con la primera sílaba de cada 
palabra, una nueva: ca ̆-da-ve ̆r. Se dice que los romanos escribían esta frase en los sepulcros, aunque no se han hallado vestigios de ello. Otra teoría asegura que cadáver viene del latín cade ̆re: «caer» y significa «cuerpo caído»; por eso, cuando los mexicanos decimos «caite cadáver» para pedirle a alguien que pague la cuenta, en realidad estamos cometiendo un pleonasmo.1 Resulta curioso que cuando uno todavía no está «caído» —cadáver—, pero tampoco está parado firmemente, está in-firme, o sea, enfermo.

Muchos versos se han escrito a propósito de estos «cuerpos caídos» y a continuación les comparto uno que me gusta, por ser la versión optimista del fatídico acontecimiento que nos llevará a todos a ser cadáveres. Se trata de un fragmento de Ante un cadáver, de Manuel Acuña:

«Que al fin de esta existencia transitoria a la que tanto nuestro afán se adhiere, la materia, inmortal como la gloria, cambia de formas; pero nunca muere.»

Champú

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Es extraño que en México casi nunca usemos la forma hispanizada de la palabra que denomina a lo que nos ponemos en la cabeza todos los días para lavarnos el pelo: champú, y más bien, la pronunciemos como en inglés, shampoo /shampú/.

Ni siquiera en las etiquetas del propio producto escribimos la palabra en su forma hispana.

Champú entró al español en 1908 por medio del inglés shampoo —friccionar, que también puede ser verbo o sustantivo— y, según el Diccionario de la Real Academia Española, es una «loción para el cabello». A su vez, shampoo entró al inglés hacia 1760, proveniente del hindi1 El hindi es una lengua indoaria del norte de la India con más de 400 millones de hablantes. Forma parte de la familia indoeuropea, de la que también provienen el inglés y el español. chompna, que significa sobar, en relación quizás a los masajes tradicionales que se dan en Persia y la India, en los cuales se vierte agua tibia sobre el cuerpo y se frota con extractos de hierbas.

Hay champús para bebés, para perros y gatos, medicinales —que combaten los piojos, las pulgas, los hongos y la odiada caspa—, champús especializados —con vitaminas, minerales, proteínas, añadidos, sabores, perfumes, olores, sinsabores, etcétera— y hasta hay champús para calvos o, más bien, contra la calvicie, como el muy mexicano champú de chile.
Este producto es tan conocido y usado en todo el mundo que incluso hay una película llamada Shampoo.2 Shampoo (1975). Dirigida por: Hal Ashby. Escrita por: Warren Beatty y Robert Towne. Estelarizada por: Warren Beatty, Julie Christie y Goldie Hawn.

Ponte a prueba #83: El antidiccionario

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Hay palabras tan rebuscadas que hasta parece que ni existen. Vamos a ver si conocen —o le atinan— al significado de estas palabrotas.

 

 

Lacónico

¿Echo o hecho?

Sardónica

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La risa sardónica, sardesca o sardonia es aquella que surge cuando tu pedante tío, borracho, con la camisa llena de salsa y las manos pegajosas por la coca derramada de su cuba, se acerca a ti en medio de la fiesta, abraza a tu esposa y te dice lo guapa que está y que si tuviera 20 años menos… o sea, es una risa falsa o fingida, aunque también es sarcástica o venenosa.

Esta palabra tiene un origen medicinal, pues viene del griego /sardonikós/, que se utilizaba para referirse a la risa convulsiva e involuntaria. El término derivó, a su vez, de una planta llamada sardonia o /sardonion/ —Russula sardonia—, que es una «especie de ranúnculo de hojas lampiñas, pecioladas e inferiores, con lóbulos obtusos las superiores, y flores cuyos pétalos apenas son más largos que el cáliz», según el drae, cuyo ácido jugo, al beberlo, provoca una contracción de los músculos de la cara parecida a la risa.

Y, yéndonos todavía más atrás, tiene como etimología al gentilicio sardo, es decir, el oriundo de la isla mediterránea de Cerdeña —Sardegna en italiano, o bien, Sardigna, Sardinna o Sardinnia en sardo—, isla en la que crece, precisamente, la planta en cuestión.

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Onanismo

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Si Sócrates practicaba el onanismo, ¿por qué yo no he de hacerlo? No es una religión, pero puede acercarse a un movimiento de liberación espiritual —siendo un poco exagerados—.

Podríamos decir que es una práctica llena de tabúes y que está muy relacionada con lo sexual; en pocas palabras, diremos que es sinónimo de masturbación.

Onanismo es un término que proviene de un personaje bíblico quizá no muy importante, Onán, que se casó con la esposa de su hermano muerto para procrearle progenie. Sin embargo, «si bien tuvo relaciones con su cuñada, derramaba a tierra, evitando el dar descendencia a su hermano. Pareció mal a Yahvéh lo que hacía y le hizo morir también a él» —Génesis, xxxviii, 9-10.

El «crimen de Onán» fue interrumpir el acto sexual antes de la eyaculación, lo que el historiador francés Philippe Ariés llamó coitus interruptus. Pensarás que nos equivocamos, ya que habíamos dicho que onanismo es lo mismo que la masturbación, pero no.

Esto se debe a una confusión que empezó en 1710, cuando Becker, sacerdote inglés, apoyando a la Iglesia contra los actos sexuales sin reproducción, entre ellos la masturbación, publicó Onania y el pecado atroz de la autopolución. En 1758, Tissot, médico suizo y gran influyente en el ámbito eclesiástico, publicó un libro sobre los trastornos que causaba la masturbación, con el nombre de El onanismo: tratado sobre los desórdenes que produce la masturbación, donde afirmaba que era «la más mortífera y siniestra de las prácticas sexuales».

El malentendido creado por estos dos libros modificó el significado original y, a partir de entonces, la masturbación se refiere erróneamente al pecado de Onán, quien sólo quería divertirse y no necesariamente autosatisfacerse. Así, cuando busquemos el significado de onanismo en el Diccionario de la Real Academia Española encontraremos: «(de Onán, personaje bíblico). Vicio sexual solitario, masturbación».

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Coqueluche

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Los franceses, antes del siglo xviii, llamaban a la gripe y a la tos ferina —«tos fiera»— coqueluche —«capuchón»—, porque a los enfermos se les colocaba dicha prenda en la cabeza.

Hoy día, coqueluche es tos ferina en español, aunque no oficialmente; pero para esto también tenemos que ver de dónde viene gripe.

La palabra gripe tiene una sola acepción en español, en el sentido de la enfermedad que a todos nos ha de afectar más de una vez en la vida de forma molesta e inoportuna, y fue incorporada al Diccionario de la Real Academia Española en 1899.

Nos llegó del francés grippe, palabra que ha tenido tres distintos significados en el tiempo: en el siglo xiv se decía griffe y significaba «garra»; en el xvii, se trataba de una fantasía súbita, caprichosa e irónica y, finalmente, en el siglo xviii, sirvió para designar a esta latosa enfermedad, debido a la epidemia de 1733.

Su origen etimológico es la palabra germano-suiza das Grüppi —que viene, a su vez, del verbo gruppen, «agacharse», «temblar de frío», «estar mal».

Junto a la enfermedad —a la que a veces también se alude como catarro, sobre todo cuando fluye por la nariz— llegaron en 1743 al francés las palabras grippe e influenza —«epidemia» en italiano—, que pronto se popularizaron y fueron incorporadas al Diccionario de la Academia Francesa en 1765.

De esta forma, los escritores hicieron suya la palabra —como en la comedia La grippe de Nougaret— y los médicos dejaron de considerarla como una enfermedad mortal, renunciando de una vez por todas a métodos tales como las sangrías y los coqueluches.

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Ergástula

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Fría, maloliente e indeseable… Entonces, ¿cómo es que la ergástula desata tantas pasiones?

Quizá la respuesta se encuentre en su origen, pues viene del griego ε ́ργον /érgon/—«obra»—, del cual derivaron palabras como enérgico —«que tiene energía»—, energético —«que produce energía»—, y energúmeno1 v. Algarabía 26, especial de verano, junio 2006, Palabrotas: «Energúmeno», pp. 80-81.—«persona poseída por la energía del demonio».

Así, la ergástula está rodeada de energía; por ello no debe asombrarnos que una emoción tan ardorosa y llena de vehemencia como la pasión se relacione con ella, aunque en la antigua Roma fuera el lugar en el que vivían hacinados los esclavos… ¡Sí!, así como lo lees, la ergástula era la cárcel de los esclavos.

Pero, ¿cómo es que la energía se relaciona con un lugar tan lóbrego? Bueno, pues todo viene del εργαστηριον /ergastérion/ griego, que se refería al «lugar de trabajo», por lo que tenía que ser un espacio en donde se reunieran actividad y energía. Más tarde, los romanos adaptaron este término al latín ergastu ̆lum, tomando en cuenta el hecho de que los esclavos requerían de mucha fuerza y vigor para realizar las labores que se les encomendaban. Del latín pasó al español como ergástulo y entonces su acepción se amplió, al referirse a cualquier tipo de prisión, sobre todo en la literatura:

«Une plainte continue monte du
fond des ergastules.
»2 «Un gemido continuo sube desde el fondo de las ergástulas.»
Gustave Flaubert

Aunque su sentido varió, no perdió la pasión, pues no hay prisión sin ella. Si no, pregúntele a Jorge Luis Borges:

«No te arredres. La ergástula es oscura,
la firme trama es de incesante hierro,
pero en algún recodo de tu encierro,
puede haber una luz, una hendidura»3 «Para una versión del I Ching», La moneda de hierro; Buenos Aires: Emecé, 1975..

En fin, está tan llena de pasión, que comparte raíz con orgía —la que también requiere de mucha energía. Y aquí podemos apelar al lapsus de mi vecina de cubículo:

—¿Cómo dijiste? ¿«Orgástula»?
—No, ergástula.
—¿Y qué es una «orgástula»?
Er-gás-tu-la. Pues el diccionario la define como una «pasión» romana… ¡Perdón! Prisión romana…

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Meretriz

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Reconocida principalmente por la ligereza de su moral y la brevedad de su falda, una meretriz es, hoy en día y desde de la época cristiana, aquella mujer dedicada a conceder sudores y temblores —popularmente sospechados nocturnos, aunque en realidad ella no encuentre inconveniente en desempeñarse a plena luz— a cambio de algunos ejemplares de ese favorecedor papel del que están hechos los billetes.

Y es que quizá no lo sepas, querido lector, pero el término meretriz proviene del latín merĕtrix, que significa «la que se gana la vida por sí misma», etimología que alude más estrictamente a la mujer que se casa con un hombre por interés económico o social, aun cuando nunca se ha usado con esta implicación.

Al parecer, en la época del Imperio Romano, meretriz se utilizaba para designar a aquella soltera —sin vocación de prostituta, o sea, sin pretensión de cobrar— que ejercía este oficio de manera temporal o ingresaba en los templos ya fuera para aprender las delicias de la lascivia y brindárselas a su marido en ciernes o por puritito placer y liviandad moral, sin que hubiese una obligada retribución financiera.

Así pues, las meretrices eran en realidad amateurs de la diversión carnal y de los arrebatos de la entrepierna, lo que daría pie más adelante al surgimiento de numerosos prostíbulos que ofertaban los favores de mujeres «no profesionales» y aportaría elementos para la tergiversación del término.

Así pues, con la llegada del cristianismo y su nueva moral sexual, meretriz se convirtió en sinónimo de prostituta, uso que le seguimos dando hasta nuestros días, si bien en esta época, de dobles morales y conductas «políticamente correctas», algunos suelen llamarlas, de manera eufemística —para barnizar lo irritable que su ocupación les resulta—, «sexoservidoras» o «trabajadoras sexuales». Aunque quizá esos mismos, igual que todos los demás, en corto y entre nos, las llamen de otro modo.

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Hipocorístico

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Y, aunque los utilizamos todos los días, seguramente si alguien nos preguntara cuáles son no sabríamos qué responder.

Hipocorístico viene de la palabra griega «hypokoristikós» que, según la drae, significa «acariciador» y se utilizaba para referirse a alguien amorosamente. Es decir, un hipocorístico es lo que conocemos como apodo o sobrenombre «de cariño».

Los hipocorísticos se forman de muchas maneras distintas, por ejemplo:

  • Agregar los sufijos (c)ito-(c)ita, (c)illo-(c)illa o (c)ín-(c)ina: Mariana-Marianita, Javier-Javiercillo, Andrés-Andrecín.
  • Eliminar sílabas finales y agregar «i» o «y»: Antonio-Tony, Beatriz-Bety, Susana-Susi.
  • Simple supresión de las sílabas finales: Nicolás-Nico, Vanessa-Vane, Alejandra-Ale.
  • Conjunción de dos nombres: María de la Luz-Marilú, Juan Manuel-Juanma, Juan Carlos-Juanca.
  • Supresión de sílabas y desplazamiento fonético de las consonantes: Consuelo-Chelo, Rosario-Chayo.
  • Uso del nombre en inglés: Carlos-Charly, Guillermo-Willy, Roberto-Robert.

Así que ya lo sabes, de ahora en adelante cuando alguien te pregunte si tienes un hipocorístico, no respondas que estás perfectamente bien de salud o que no sabes nada de astrología, pues se refiere a tu apodo cariñoso.

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Infatuación

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Aunque esta palabra existe en español desde hace siglos —hay registros de ella en 1696, proveniente del latín infatuatio, onis—, en el español actual casi no se usa y muchísimos hablantes no conocen su significado.

De acuerdo con el diccionario de la rae, significa «volver a uno fatuo», es decir, dejarlo como tonto, «falto de razón o entendimiento, engreírlo». ¿Pero, en qué sentido podemos usar esta palabra?

La infatuación es diferente al amor, es quizás más parecida al enamoramiento, porque para ser infatuación la pasión debe ser súbita, absurda —es decir, poco justificable— e intensa. ¿Por cuánto tiempo? No se sabe, eso depende de cada quien.

Se trata de una palabra muy útil, porque aunque describe un sentimiento complejo y abstracto, es por demás descriptiva de algo que todos alguna vez hemos experimentado. Así, se convierte en un término único e insustituible.

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Cuentachiles

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«El cuentachiles de tu novio no quiso cooperar», este tipo de frases, con la palabra cuentachiles, es común en nuestro país; y es que esta fusión de verbo y sustantivo resulta en un complemento coloquial muy utilizado en México para nombrar esos seres que escatiman todo lo que deben dar.

Un cuentachiles es lo mismo que cicatero, mezquino, tacaño, ruin, miserable o, como lo diría mi tía Chole: «Es bien codo». El Diccionario de mejicanismos nos explica que este detestable adjetivo se refiere a un «cominero, refitolero», es decir, «al hombre que se entremete en las menudencias de su casa que son propias de mujeres» —en Cuba, un cuentachiles es mejor conocido como cazuelero—.

O sea que, además, se mete con las decisiones que seguramente ya tomó su esposa, su hija, su hermana, su madre o su abuela. Y, por si fuera poco, también es conocido como chismoso. ¡No es posible! Esta clase de individuo es de lo peor.

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Ominoso

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Vaya que esta vez tocó el turno a una verdadera palabrota, una que augura lo sumamente malo, despreciable o repulsivo.

Lo ominoso es, según el drae, lo «azaroso, de mal agüero, abominable,
vitando1 Lo que se debe evitar.»; es también lo odioso y execrable.

Fue tomado del latín ominosus, que significa «de mal agüero», que a su vez deriva de omen, ominis, «presagio», «predicción» o «lo que anuncia». Con esta palabra se relacionan otras como omisión, omiso y abominable.

Lo ominoso era, en principio, lo que presagiaba un mal, pero se convirtió en lo que debe ser condenado y despreciado; por ejemplo, se denomina Década Ominosa al periodo de la historia de España que comprende los años de 1823 a 1833, durante los cuales se dio muerte a una gran cantidad de liberales españoles, mientras otros tuvieron que salir al exilio.

Otro significado de esta palabra proviene de los escritos de Sigmund Freud, quien en 1919 publicó un artículo titulado «Das Unheimliche», traducido al español como «Lo ominoso»2 Sigmund Freud, Obras completas, t. XVII, Buenos Aires: Amorrortu, 1976. En este texto, el padre del psicoanálisis califica como ominosa la sensación, relacionada con lo terrorífico, que provoca aquello que nos es familiar y extraño al mismo tiempo y que, por tanto, llega a ser inquietante. Ciertos objetos inanimados que parecen vivos pueden ocasionarnos esta sensación; también la experiencia del doble o del otro yo. Se trata de algo familiar que se vuelve ajeno, o de lo que —por su naturaleza siniestra— se mantiene oculto y, de pronto, aflorara o saliera a la luz.

¿Has visto esas muñecas de porcelana con vestidos antiguos y pelo natural que parece que en cualquier momento moverán los ojos? Pues éstas producen miedo porque nos hacen recordar lo que nos es propio, lo que somos, pero con un componente ajeno, antinatural. Por eso, aquellos seres que tienen algo humano y algo animal al mismo tiempo, o los objetos que parecen adquirir vida, producen en nosotros esa sensación espeluznante. Por algo la película Chucky, el muñeco diabólico (1988) tuvo tanto éxito.

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Indulgencia

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Ésta es una de esas palabras muy socorridas para aderezar el lenguaje cuando pretendemos demostrar nuestra gran cultura. Por ejemplo, decimos que Zutanita es muy indulgente con sus hijos, con lo que sobreentendemos que no es severa para corregirlos; es más, es barquea y los deja hacer lo que quieran.

Esto coincide con lo que dice María Moliner en su Diccionario de uso del español: «Indulgente. Benévolo. Se aplica a la persona que juzga o castiga las faltas de otros sin severidad o que es poco exigente en cuanto a obligarlas a hacer lo que les corresponde o deben hacer».

En inglés indulgence es otra cosa. El Webster‘s Dictionary lo define como la gratificación del deseo, el estado de ser indulgente, permisivo y tolerante, y se aplica también a algo que complace: Fulanita’s favorite indulgence is candy. Es decir, que si ella come muchos chocolates es por indulgence, pero no habrá indulgencia para su penitencia, pues de que se tendrá que poner a dieta, no hay duda. Pero en español decir que Fulanita come chocolates por indulgencia no es apropiado.

Joan Corominas, en su Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico define indulgencia —del latín indulgens -entis— como «andulencia, miramiento, complacencia, utilizado mayormente con carácter religioso; indulto, concesión, favor, perdón». Y aquí entramos en la acepción religiosa, que es más complicada, pues entender exactamente qué es una indulgencia nos obliga prácticamente al dominio del derecho canónico, la teología y la historia del catolicismo. Pero como esta palabrota no amerita un articulote, sino una explicación sencilla, hela aquí.

Durante los primeros años de la existencia del catolicismo era común faltar a la fe por motivos diversos; de hecho, la apostasía1 La apostasía consiste en negar la fe de Jesucristo recibida en el bautismo. era un pecado muy grave que implicaba una penitencia —castigo— muy severa, lo que afectaba tanto al cristiano en cuestión, que, lejos de «rehabilitarse», terminaba por alejarse de la Iglesia. Por ese motivo, las autoridades eclesiásticas crearon la indulgencia, una especie de indulto o postergación de la penitencia, mas no el perdón del pecado. Incluso, el indulto no era absoluto: se le solicitaba al pecador que realizara alguna obra de caridad o peregrinación a cambio 
de él, o bien, si se postergaba la penitencia, tenía que resignarse a pagarlas todas juntas en el purgatorio.

Tal concesión dio origen a la compra de indulgencias y, luego, a su tráfico, ya que prácticamente eran consideradas como permisos para pecar; ricos y nobles las compraban para hacer su santa voluntad a cambio de limosnas tan discretas que posibilitaron la construcción de grandes catedrales. Esta situación llegó tan lejos que, en el siglo xvi, Martín Lutero decidió enfrentarse a la Iglesia Católica en total desacuerdo, lo que más tarde derivaría en la Reforma protestante.

Atreviéndonos a hacer una analogía, una indulgencia equivaldría más o menos a obtener libertad condicional a cambio de servicio social y buen comportamiento.

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Fenaquitoscopio

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También llamado fenaquistiscopio —del francés phénakistiscope, que a su vez toma
 la palabra griega φενακσΜός, phenakismós, ‘engaño’—

Este aparato fue inventado por 
el físico belga Joseph-Antoine Ferdinand Plateau para demostrar que una imagen permanece en la retina humana una décima 
de segundo antes de desaparecer por completo —a este principio se le llama «persistencia de la retina», y es el mismo en que se basa la ilusión de movimiento continuo que nos brinda el cinematógrafo—.

El artilugio no es más que un círculo con cerca de trece dibujos del mismo objeto, pero en posiciones ligeramente diferentes —un caballo, una pareja bailando, un hombre corriendo—; al hacerlo girar frente a un espejo, parece que esos dibujos tienen movimiento.

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Chicuace

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Esta palabra de origen náhuatl significa «seis» y se aplicaba a las personas con más de cinco dedos en las manos o en los pies. Es una aféresis1 Es decir, que suprime algún sonido al comienzo de una palabra. de mapilchicuace, que viene de demapilli, «dedo de la mano»; o, posiblemente, de xopilchicuace, derivado de xopilli, «dedo del pie».

Denominada técnicamente polidactilia o hiperdactilia, esta anomalía congénita suele ser hereditaria, aunque también puede estar relacionada con síndromes específicos. Es bilateral, es decir, se da en ambas extremidades, y se presenta por igual en hombres y en mujeres.

Es una mutación que ocurre más entre familias y grupos de personas con antecedentes de consanguinidad y en la mayoría de los casos es normal, por lo que no indica enfermedad alguna. Tampoco se presenta frecuentemente: en México se da en poco más de una persona por cada mil.
Los dedos adicionales pueden estar bien formados e, incluso, ser funcionales. Normalmente se mutilan a edades muy tempranas a través de una cirugía.

Este desorden genético debe de haber sido más o menos frecuente en el México antiguo, dado que existía un término específico para designar a las personas que lo padecían. Incluso, en el arte prehispánico de diferentes culturas, como en Palenque, Chiapas, están representadas personas con esta característica, que, al parecer, era un atributo deseable, signo de divinidad y poder, y no una imperfección.

Aunque chicuace es una palabra que actualmente se escucha poco, es agradable saber que una lengua ancestral, como el náhuatl, contaba ya con un término específico para cada concepto.

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La bandera como símbolo del idioma: ¿insulto o estupidez?

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En un mundo perfecto no habría necesidad de referir de manera explícita a las versiones en distintos idiomas de un documento. Incluso en nuestro mundo imperfecto, Internet podría evolucionar en el sentido de que un servidor y un agente usuario seleccionen una versión con base en las preferencias de lenguaje que el usuario haya elegido al configurar el navegador —hoy en día existen métodos para ello, pero rara vez se emplean en la práctica.

¿Por qué?

Quizá el motivo más común para utilizar una bandera como símbolo de idioma sea que se espera que la imagen llame la atención más que el texto. Esa expectativa es correcta. Tampoco vamos a discutir por qué tendría sentido llamar la atención de los lectores hacia una bandera —¿por qué debería preocuparme por leer en alemán las instrucciones para instalar un equipo de sonido en mi casa, sobre todo, si no hablo alemán?

El argumento básico: ¿Qué representa una bandera realmente?

Una bandera es el símbolo de un país o Estado. También puede serlo de un área administrativa, una sociedad o un movimiento, pero no es símbolo de un idioma, con una rara excepción: la del esperanto. De lo que se habla aquí es que el uso de banderas para identificar idiomas está mal, muy mal.

No existe una correlación perfecta entre países e idiomas; es decir, en todos los países se hablan varias lenguas, y hay idiomas que se hablan en varios países. La bandera de México, ¿qué lengua denota?, ¿náhuatl, maya, yaqui, tarahumara, zapoteco, amuzgo o chamula? En nuestro país se hablan más de 270 lenguas y el idioma oficial es el español, que vino de un país en el que se hablan, además, gallego, catalán, euskera, valenciano, bable y muchos otros idiomas y dialectos. Aun en los rarísimos casos —no me acuerdo de ningún ejemplo— en los que los hablantes nativos de un idioma y los ciudadanos de un país conformen grupos casi idénticos, no existe razón para unir estrictamente al país y la lengua que se habla en él.

Por ejemplo, ¿por qué un brasileño o un angoleño seleccionarían la bandera de Portugal para elegir un texto escrito en su lengua materna? ¿O un mexicano, un argentino, un peruano, un venezolano, un chileno o un cubano deben seleccionar la de España? Es posible que ni siquiera sepan cuáles son las banderas de esos países —y tampoco tendrían por qué saberlo.

¿Por qué un finlandés seleccionaría la bandera sueca para leer material en su lengua nativa si resulta que es parte de la minoría sueco-hablante de Finlandia? Ese uso podría considerarse como un insulto, ya que una bandera denota lealtad al país que simboliza. Y, en términos prácticos, lo lógico es que la bandera sueca haga referencia a situaciones específicas en Suecia y no en Finlandia.

¿Y qué bandera poner como vínculo a las páginas en árabe? La de Arabia Saudita sería una afrenta para iraquíes, libios, sirios, omaníes, yemeníes, etcétera. ¿La de Egipto, el país árabe más poblado?, ¿la de Marruecos? —¿cuál es la bandera de Marruecos?—, ¿la de Israel? —después de todo, en Israel, el árabe tiene rango de lengua oficial, junto con el hebreo—, ¿la de Irak, últimamente tan de moda?

Vamos a considerar el prototipo de la bandera que se emplea como símbolo de un lenguaje: la Union Flag —también llamada con frecuencia, pero erróneamente, Union Jack 1 En realidad, «flag» se puede traducir como «bandera» y ondea en tierra, mientras que «jack» equivaldría a «pabellón», que ondea en altamar, en un barco. —, que muchas veces se emplea para denotar a la lengua de Shakespeare y que, a veces, es llamada «la bandera inglesa». Primero, es preciso especificar que no es la bandera de Inglaterra, sino del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, que incluye a varias nacionalidades: ingleses, escoceses, galeses y norirlandeses, entre otras.

Existe una bandera de Inglaterra, pero pocas personas fuera del país la conocen, excepto quizá como símbolo de la selección de futbol. Más importante, la mayoría de las personas de habla inglesa en el mundo, aun aquellas que la tienen como lengua materna, vive fuera del Reino Unido. Las personas que ponen la Union Flag como símbolo del idioma inglés rara vez piensan en esto y tampoco revisan si su documento está escrito en inglés británico en vez de, por ejemplo, en la forma estadounidense, canadiense o australiana.

En muchos países, la Union Flag, al igual que las banderas de España, Francia, Portugal, Holanda e Italia, en otros, es una referencia a los antiguos amos coloniales. Por tanto, una bandera empleada como símbolo de lenguaje puede tener connotaciones no deseadas, además de desorientar al lector o usuario. Aun si los sentimientos asociados son positivos, no hay razón para desviar la atención, cuando el propósito de comunicación no es otro que referir a cierta información escrita en inglés.

En los textos internacionales y multilingües, las banderas provocan una gran confusión: en lógica estricta, denotan países —es decir, guían a cierta información específica para un país, escrita en un idioma determinado— y, por lo general, así es; pero, quizá con mayor frecuencia, hacen referencia a la misma información escrita en distintos idiomas.

Entonces, ¿qué símbolos usar para los idiomas?

El nombre escrito del idioma es un símbolo perfecto; por ejemplo: English —o British English o US English, si así se requiere—, español, français, português, Deutsch, nederlands, svenska, suomi —hay que tener mucho cuidado con el uso correcto de mayúsculas y minúsculas, así como con las marcas diacríticas. 2 I. e.: Acentos, tildes, cedillas, diéresis, etcétera. Si un lector no conoce el nombre del idioma X en ese mismo idioma, es probable que sus conocimientos de dicha lengua sean demasiado rudimentarios o inexistentes, y, por tanto, no pueda, no necesite o no le interese leer el texto en dicha lengua.

Si se necesita algo más breve, se podrían usar los códigos definidos por la Norma Internacional ISO 639, ya sea el ISO 639-1 de dos letras, como EN para inglés o ES para español, o bien ISO 639-2 de tres letras, como ENG para inglés y ESP para español.

Dependiendo del las circunstancias, es posible presentar los nombres y abreviaturas con diferente formato. Sin embargo, no es bueno tratar de controlar demasiado la presentación. Por ejemplo, en algunas páginas en el sitio web de la Unión Europea los idiomas se simbolizan correctamente utilizando los códigos ISO 639, pero las letras se presentan como imágenes de distintos colores. Esto provoca la irritante pregunta de si el uso de diferentes colores para distintos idiomas transmite un mensaje, ya sea intencional o no. No obstante, la mayoría de las páginas de la Unión Europea presentan los idiomas de manera más neutral, empleando sólo los códigos ISO 639-1.

Por otro lado, en muchos casos, no hay necesidad de utilizar ningún símbolo para un idioma. Si hay un título en español, como «La bandera como símbolo del idioma: ¿insulto o estupidez?», ¿no es bastante obvio que se refiere a un documento escrito en ese idioma? Y en un documento de una organización o asociación que está escrito en varios idiomas, ¿no es más natural enumerar los nombres de éstos, haciendo que cada uno de ellos sea un enlace a la versión del documento en ese idioma?

Vale la pena pensar en todo esto, en general:

Guinea Ecuatorial: «¿No les parece?»
Antigua y Barbuda: «Don’t you think so?»
Suiza: «Glaubt ihr nicht?»
Senegal: «Ne croyez pas?»

Conoce más sobre las características de las banderas aquí y pon a prueba tu conocimiento acerca de estos símbolos acá.

Juan Carlos Jolly es escritor y traductor por profesión, y lingüista y vexilólogo por afición. Cuenta con más de 200 libros traducidos y una novela terminada. Los que lo conocieron de niño aseguran que a los dos años reconocía e identificaba todas las banderas de la enciclopedia.

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