Tostón proviene del italiano testa —«cabeza»— y testóne es la palabra que se utilizaba para referirse a una moneda que ostentaba una cabeza o busto de algún personaje. En la Nueva España, el término lo heredó la moneda de cuatro reales, a la que se llamó tostón, pues en una de sus caras mostraba a Enrique iv; es decir, tenía un busto. Esta moneda de plata se popularizó en la época de la Colonia, no sólo en México, sino también en Centroamérica.
Ahora bien, el que a las monedas de cincuenta centavos, y en general a todo lo que vale cincuenta, se le denomine tostón, muy probablemente se debe a una relación un tanto intrincada: «un duro» era el término popular que se usaba para denominar un real de a ocho, es decir, que la mitad —un real de a cuatro— sería un tostón. Con el paso del tiempo, y cuando el sistema monetario estaba ya establecido en decimales, el peso —100 centavos— fue la moneda que equivalía al entero, por lo que naturalmente la de cincuenta centavos —su mitad— heredó el mote de tostón.
Antes de que las devaluaciones y el debilitamiento del peso nos hicieran contar en miles y millones, un tostón no era cualquier cosa, alcanzaba para mucho. En la libreta de cuentas de mi abuelita, que data de 1925, me encontré con que un tostón era suficiente para los camiones de ida y vuelta al centro o para diez madejas de hilo de zurcir. Cuenta mi mamá que un tostón le daba mi abuelo de domingo y con él se compraba su nieve en El Nevadito. Pero cuando me tocó a mí cobrar domingo, ya el tostón no valía gran cosa, aunque todavía alcanzaba para tres chicles Motita y un quinto de vuelto.
Aunque la moneda perdió su valor, la palabra tostón en México se usa como sinónimo de cualquier cosa que cuenta o totaliza cincuenta. Así, la expresión «llegar al tostón» hoy en día no sólo se aplica a haber juntado cincuenta centavitos —que en realidad no valen nada—, sino más bien a cumplir cincuenta años o, bien, a llegar a cincuenta de algo, lo que tiene un significado de meta cumplida, logro y gran orgullo.
Por el contrario, tostonear significa «malbaratar», como si vendiéramos en un tostón algo que vale mucho más. Y, peor aún, ser un tostonero nos dice que alguien es tacaño, cuentachiles o que ni siquiera merece más de esa suma.
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Tomado de Algarabía 50, «¿Arcaísmo?: tostón», año VII, octubre 2008, pp. 28-29.